Los niños se acostumbran a que los adultos respondamos de forma inmediata: si lloran, los padres acuden en su auxilio y comprueban si tendrán hambre, sed, sueño, o frío. En ocasiones esa inmediatez convierte al niño en el centro del universo y monopoliza momentos, situaciones y conversaciones que terminan por hacerle sentir que puede tenerlo todo y a la de ya.
Llega una edad en la que comienza esa famosa lucha con frases tipo “espera que acabe”, “ahora no, que estoy hablando”… Con ellas, se ayuda a comprender con empatía que en la vida es necesario esperar y que todo no es cuando tú lo deseas.
Cuando llegamos a adultos nos encontramos que nuestro jefe, compañero, pareja o amigo debió de saltarse esas clases, porque todo es para “ya”. Y esa cultura del ya y de la prontitud va arrasando con los principios de la vida, principios relacionados con otros valores como la perseverancia y el esfuerzo que se necesitan para conseguir aquello que queremos o nos proponemos.
En 1960, el profesor Walter Mischel realizó un experimento llamado “la prueba del marshmallow”. Niños de cuatro años de edad se quedaban solos ante el reto de lograr vencer la espera de 20 minutos sin comerse una chuchería. Si lo conseguían, tendrían más dulces al finalizar la prueba.
Con este experimento se verificaba la paciencia en ese momento. Pero al revisar a los sujetos 45 años después, se constató que aquellos niños que lo consiguieron, hoy adultos, eran más pacientes, tenían mayor capacidad de concentración y más confianza. Esto, sin duda, influyó en el día a día de sus relaciones personales sociales y laborales.
Ver el vídeo del experimento:
La importancia de la paciencia
Es indiscutible que la paciencia es necesaria para relacionarnos entre todos y colaborar en la consecución de nuestros objetivos, ya sean individuales o grupales, personales o profesionales.
Hay comportamientos que, realizados de niños, provocan el enfado de los mayores e incluso castigos, pero que se siguen manteniendo en la vida adulta:
- Interrumpir en una conversación.
- Pitar en cuanto se pone verde el semáforo como si la vida fuera en ello.
- Resoplar en la espera de un establecimiento al ver que la persona de delante sigue con sus compras.
- Enviar mensajería instantánea justificando que llegas tarde porque el autobús, taxi o tranvía no llega en el momento que llegas a la parada correspondiente.
- No soportar anuncios durante una película.
- Darle a la tecla de “volver” cuando la descarga del artículo, enlace, etc. no se hace automáticamente, cuando se sabe que tarda unos segundos.
- Querer que el ascensor llegue sin pararse en otras plantas.
- Ponerte de mal humor si no sales directo del garaje porque aparecen otros vecinos.
- No soportar que alguien esté parado con los cuatro intermitentes para descargar la compra.
- Retrasar llenar el depósito porque no está el dispensador libre.
- Terminar de hacer tú la cena, poner la mesa, tender… porque la pareja o hijos no lo hacen como tú quieres.
- Enfadarse porque no te contesten al WhatsApp o al e-mail casi en el acto, lo que lleva a discusiones y mina las relaciones interpersonales.
Se quiere “llegar y engranar”: a todos nos suena esta frase. En la vida hay que tener paciencia sí o sí, y reeducar en paciencia a nuestro entorno depende de nosotros. Por el bien común.
Entrenar la paciencia
Pedir con exigencia transmite la sensación de “falsa urgencia”. Uno deja de hacer lo que estaba haciendo por las supuestas urgencias de los demás, lo que influye en la propia gestión del tiempo. Al final uno se da cuenta de que podía haber esperado. Estas situaciones refuerzan la idea de que hay que aprender a decir no y que no hay que dejarse llevar por la impaciencia de los demás, porque reduce la calidad del trabajo e incrementa la sensación de malestar.
Reflexionar sobre nuestra paciencia y entrenarla es fundamental. Marcar los límites y reconocer cuándo eres impaciente con los demás te ayudará a mejorar tu vida y la de los otros, favoreciendo el clima de las relaciones. Es posible hacer una cadena de la paciencia en nuestro radio de acción y crear un efecto dominó si te lo propones.
El mayor beneficio de ser paciente es no abandonar lo que tienes entre manos. Borra de tu vocabulario el “no tengo paciencia” que usas para justificar que no has logrado algo.
Para aumentar la paciencia:
1.- Escribe la palabra “paciencia” en aquellos lugares en los que sabes que no la practicas. Mantenla en un lugar visible para recordártelo, como el ordenador, el móvil, la caja registradora, el coche... Cuando te hayas acostumbrado a ver la palabra y te pase desapercibida, cambia el formato o el color.
2.- Da a conocer a los tuyos tu cambio de hábito para que todo vaya mejor. Si no lo saben, se extrañarán. Así que crea esas pautas para entrenar la paciencia en todos y fomentar pequeños cambios. Así ayudas a que se relacionen contigo de otra forma.
3.- Ante el deseo de tirar la toalla, recuérdate por qué empezaste ese objetivo. Te ayudará a permanecer y a activar la perseverancia que se duerme si la paciencia no sale a escena.
4.- Haz cosas que te ayuden a vivir en la paciencia. Haz un puzle, pinta o dibuja una escena, colorea mandalas… Si inicias una descarga no la cortes, si llamas a alguien no cuelgues al segundo toque, cuenta hasta tres al salir de un semáforo, no abras el microondas hasta que no pite, elabora recetas y no recurras siempre a la comida rápida, si alguien te llama no saltes de la silla -espera dos tonos mínimo-, no lleves el móvil en la mano “por si”…
5.- Actúa con empatía. No todas las personas van a las mismas revoluciones que tú, respétalo y acéptalo. Tu ritmo es tu ritmo. Ten en cuenta que, en ocasiones, hay personas que no se aguantan ni ellas. No tienen estrategias para gestionar sus emociones y arrasan con quien se encuentran; no tienen inteligencia emocional en ese momento, así que, sabiéndolo, no caigas.
6.- Sé flexible ante las reacciones y respuestas de los demás tratando con educación y explicándoles lo que esperas de ellas la próxima vez. No olvides que el diálogo, y no la imposición, es la clave. Escucha el doble de lo que hables y, en ocasiones, sólo escucha.
7.- Trabaja tus expectativas contigo mismo y en relación a los demás. Si son altas, dificultan la paciencia. No puedes controlarlo todo.
8.- Borra los finales de frase tipo: “y date prisa”, a no ser que sea una excepción. Hay personas que dejan de atenderte porque lo usas siempre a modo muletilla. En otras ocasiones, haces que vayan estresados sin necesitarlo.
9.- Ser resolutivo no es ir todo el día con el piloto automático y el cerebro multitarea. Busca tus momentos de “cámara lenta”: hasta que no acabes una cosa, no hagas otra; anda despacio; ordena despacio; dúchate despacio; come despacio… con todos los sentidos ¡es posible! Siéntelo, experimenta, observa las diferencias y todo lo que te pierdes cuando vas a 100: vívelo.
10.- Ten presentes alternativas y estrategias que fomenten la paciencia: por ejemplo, un monólogo interior compuesto por frases o palabras que harán que tu cerebro se calme y no vaya revolucionado. Entrena técnicas de respiración antes de que se den las situaciones de impaciencia. Es fácil aplicarlas en los momentos clave y ayudan a centrarse y equilibrarse. Persevera.
Sí, vale, lo sabemos: ¡Estás impaciente por empezar a entrenar tu paciencia!
No olvides que se necesita entrenamiento, constancia y esfuerzo. Ten presente que la paciencia es la fortaleza de aquellos que saben esperar.
¿Por dónde empiezas? Te deseamos que disfrutes de tu paciencia.
Ten paciencia con todas las cosas, pero sobre todo contigo mismo.
(San Francisco de Sales)
Ejercicios para desarrollar la paciencia: http://es.wikihow.com/desarrollar-la-paciencia
Un cuento: Una minúscula gota de magia.
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