Necesitamos una autoridad constructiva
Curiosamente esa laxitud actual constituye el extremo opuesto a lo que vivíamos en España hace unas décadas: una férrea dictadura que imponía obediencia y respeto, basada en el miedo a una autoridad en demasiadas ocasiones extrema.
Así que en pocos años hemos pasado de tener un montón de normas a no tener casi ninguna. O mejor dicho: normas hay, pero pueden ser incumplidas sin consecuencia alguna.
Imagínate lo que le habría pasado a un niño de los años 60 del siglo pasado al decirle a su padre: “no voy a clase porque no me sale de los huevos”.
Tristemente, a día de hoy esto es mucho más habitual de lo que nos gusta reconocer. Muchos padres se encuentran solos e impotentes ante el reto de educar a sus hijos.
En Sociología se entiende este fenómeno gracias a la metáfora del péndulo, que explica cómo las sociedades oscilan entre un extremo y su opuesto; en este caso hemos pasado, en 30 años, de una sociedad muy restrictiva a otra sin límites.
“No me hago con mi hijo”, “no sé cómo hacerlo”, “no me hace caso”, “parece que siempre esté en mi contra”, “si lo llego a saber no tengo hijos”, etc. Éstos son algunos de los comentarios que se escuchan en consulta de boca de padres agotados.
Niños criados en una infancia sin fin
En estos momentos se están (mal) criando miles de niños que en el futuro serán jóvenes y adultos blandos y consentidos, mimados hasta la indigestión, incapaces de sacarse adelante en la vida y que terminarán por refugiarse en conductas de evasión como los videojuegos o las drogas, mientras son mantenidos por sus padres en una infancia sin fin.
Necesitamos, por tanto, inculcar la autoridad constructiva desde pequeños.
Bien empleada, la autoridad es un instrumento educativo fundamental que ayuda al desarrollo de individuos maduros y autosuficientes.
Los límites -qué puedo hacer y qué no- y la tolerancia a la frustración -que nos permite esforzarnos para alcanzar un objetivo- son las dos patas de la autoridad constructiva que deben instaurarse desde la infancia.
Así que olvidémonos de lo políticamente correcto y pensemos con ayuda de nuestro sentido común qué es lo que nuestros hijos necesitan para salir adelante en este mundo complejo.
Si necesitas más orientación, mi último libro, “El arte de educar con sentido común” (Oniro), quizá te ayude a recorrer con éxito este camino.