Directora del proyecto "Somniarte" en http://thinkbigjovenes.fundaciontelefonica.com/proyectos/somniarte
Trainer en técnicas de presentación y liderazgo.
Practitioner y Máster en Programación Neurolingüística (PNL).
Estudiando Arte Dramático en la Escuela Superior de Arte Dramático de Valencia.
Todos conocemos a alguien, si no a nosotros mismos, que ha hecho alguna vez el Camino de Santiago.
La mayoría de quienes realizan este camino, ya sea durante pocos días o durante un mes entero, suelen referirse a él como una experiencia “maravillosa” o “reveladora”.
Lo mismo sucede con aquellos que deciden efectuar un viaje en solitario. Raro es que se arrepientan de la aventura o que no vuelvan un poco diferentes a como partieron.
¿Qué tienen este tipo de viajes que suelen transformarnos?
El otro día estaba contándole a una amiga un proyecto que había ideado unos días antes.
Al llegar al final de la explicación, me dijo: “Está muy bien, pero para eso hará falta mucho dinero, y además tendrías que hacerte un nombre antes de que la gente sepa de tu existencia”…
En ese momento percibí la diferencia que existe entre las personas que materializan ideas (por muy locas que puedan parecer) y las que, simplemente, las abandonan antes de que puedan haber tomado forma.
Ésa es la primera actitud de la lista de características que identifican a los atrevidos, a los soñadores y a los que arriesgan.
¿Cuántas veces has pensado lo bien que le queda el nuevo corte de pelo a tu compañero de trabajo? ¿Alguna vez te has maravillado ante la simpatía de la conductora de tu autobús habitual? Y, sin embargo, ¿cuántas veces les has reconocido en voz alta todo eso que te gusta de ellos? Probablemente, ninguna.
Estarás de acuerdo conmigo en que todas las personas tenemos muchas razones para quejarnos.
Nuestros bolsillos no están tan llenos como querríamos, los políticos parece que intentan llevarnos la contraria neciamente con cada nueva ley, las 24 horas del día no son suficientes para hacer todo lo que nos gustaría hacer…
- ¿Te quedas un rato más a ayudarme con el papeleo?
- No puedo, he quedado para cenar con mi pareja.
O…
- ¿Te vienes a tomar unas cervezas después del trabajo?
- No puedo, tengo que ir a por mi hijo al colegio.
¿Cuántas veces nos hemos visto a nosotros mismos siendo el segundo personaje de estos diálogos, justificándonos con “tengo ques” y “no puedos”? ¿Alguna vez has notado cuál es la energía que se mueve en ti cuando recurres a estas “excusas”?
Si te observas bien te darás cuenta de que, en esos momentos, una parte de ti se siente incómoda e, incluso, se rebela y lucha por salir a la luz.