A los habitantes de esta mágica isla no les gusta llamar la atención, para que nadie se entere de que son especiales. Además, como son muy humildes se han acostumbrado a vivir con pocas cosas: tienen suficiente con lo que les da la naturaleza. Y aunque poseen paisajes hermosos, playas de aguas transparentes y enormes acantilados, tan sólo algún turista aventurero se deja caer por allí muy de vez en cuando.
Los habitantes de esta isla utilizan la magia para el bien común. Unos se encargan de hacer llover para que crezcan las cosechas y de sacar el sol cuando hace falta calor. Otros curan con su magia a los enfermos y a los animales. Otros dedican su magia a crear increíbles libros y obras de teatro para entretener al resto del pueblo. También conocen hechizos para hacer felices a los demás: por eso nunca verás a nadie triste en la isla. También hay quien hace magia para cocinar ricas comidas, con las que se chupan los dedos ya que son las más deliciosas que se hacen en todo el mundo.
Todos, sin excepción, usan la magia para ayudar a los demás. Nadie utiliza su magia para hacer cosas extravagantes o fuera de lo común. Saben que si sus hechizos llamaran la atención del resto de habitantes del mundo, todos querrían aprender a usar magia y sería una locura. La utilizarían mal, se aprovecharían de sus poderes… y quién sabe qué clase de desastres podrían llegar a causar.
Ahora que ya sabes un poco sobre este lugar tan especial, puedo presentarte a las protagonistas de esta historia. Ellas son Anna y Sofía, dos hermanas gemelas que vivían con su familia en la isla, en una casa a la orilla de la playa. En una de las casas cercanas a la suya vivía una anciana muy, muy viejita, que sabía tanto sobre magia que sorprendía a todo el mundo. Anna y Sofía pasaban muchas tardes junto a ella, escuchando sus historias y aprendiendo de toda la sabiduría que había acumulado en su larguísima vida.
Una tarde de primavera, Anna y Sofía fueron a casa de su anciana vecina. Querían llevarle unas galletitas que ellas mismas habían cocinado para celebrar su décimo cumpleaños. Después de probar sus ricas galletas, la anciana vecina les dijo:
—Anna y Sofía: hoy es vuestro décimo cumpleaños. Ya sois mayores, y por eso tengo que deciros algo muy importante—. Hizo una pausa bastante larga, como si estuviera pensando cómo continuar.
Anna y Sofía estaban muy intrigadas. ¿Qué sería aquello que iba a decirles? Siguiendo las indicaciones de aquella adorable mujer, se sentaron en el suelo, dispuestas a escuchar sus palabras.
Por fin continúo hablándoles, con esa voz suave y dulce, que tanto les gustaba oír.
-Veréis, niñas, nuestro mundo está profundamente triste. En el resto de lugares, las cosas son muy diferentes a como son en esta isla feliz. Como ya os he contado otras veces, en ninguna otra parte del mundo hay magia… Sólo en esta isla la tenemos, y eso no pueden descubrirlo. Si no, acabarían destruyéndonos.
Se hizo un silencio. Las gemelas escuchaban muy atentamente. Entonces la mujer continuó:
—Vosotras dos sois unas niñas muy especiales. Tenéis mucho potencial para la magia. Y precisamente por eso tenéis la misión de salir al mundo para aportar al resto de personas nuestra magia. Tenéis que hacerles felices… pero sin que se den cuenta. No va a ser fácil, pero es una misión muy importante. Anna: tú irás a un lugar del mundo, y Sofía, tú iras a otro. Regresaréis a casa dentro de un año para reencontraros con vuestra familia. Sólo recordad una cosa: nadie puede saber que poseéis magia, ni que esta isla de la que venís es un lugar tan diferente y especial.
Anna y Sofía se sintieron asustadas al principio, pero también estaban entusiasmadas con la idea de tener una misión especial que cumplir. Sabían que se iban a echar mucho de menos, pero por suerte sólo era un año. Pronto se reencontrarían y estarían de nuevo juntas y con su familia.
Así lo hicieron. Anna se fue a una parte del mundo, y Sofía a otra muy lejana.
Sofía llegó a una familia pobre que vivía en un pequeño pueblo. Eran agricultores y tenían su propia granja. Allí la necesitaban. La gente estaba triste por los largos años de sequía. Los jóvenes del pueblo estaban empezando a marcharse a la ciudad, porque allí no podían trabajar, y cada vez tenían menos vegetales para vender. Además, el agua escaseaba, y algunos animales se ponían enfermos por no poder beber lo suficiente.
Sofía, sin contarle nunca a nadie su secreto, ayudó mucho a las personas del pueblo. Provocó lluvias y el sol suficiente para que todas sus plantaciones pudieran crecer y ofrecieran grandes cosechas. Curó a los animales que enfermaban y con ello también creó trabajo para los jóvenes del pueblo. Todos creyeron que era un milagro, y lo celebraban cada día con alegría y grandes fiestas.
Por otro lado, Anna llegó a una familia que vivía en la gran ciudad en una casa muy bonita y grande. Eran ricos y tenían un montón de cosas que Anna nunca había imaginado: televisiones, ordenadores, tabletas, teléfonos móviles, videoconsolas, todo tipo de juguetes… Anna estaba encantada con la familia que le había tocado, e iba descubriendo como una loca todas las cosas divertidas que tenían. No entendía muy bien por qué la habían enviado allí, si se suponía que lo que debía hacer era ayudar a personas que no eran felices y que lo estaban pasando mal.
Anna utilizó su magia para hacer amigos en su nuevo colegio. También creó con su magia cientos de juguetes. Todos sus compañeros querían ir a su casa a merendar. A Anna le encantaba sentirse tan especial y envidiada por todos.
Un día, Anna quiso que todos supieran era una niña muy especial y le confesó sus compañeros que poseía magia. Para demostrarlo, cuando estaban todos reunidos en torno a ella, transformó una flor en una bonita paloma que salió volando de sus manos, dejándolos a todos sorprendidos y con la boca abierta. Se corrió la voz por todo el colegio de que Anna era una niña mágica. Fue un auténtico escándalo: los niños hacían turnos para verla en acción y ella iba de un lado para otro cambiando flores por fascinantes pájaros, haciendo brotar plantas de las paredes, provocando rayos fascinantes en el cielo e, incluso en una ocasión, hizo que lloviera encima de una sola persona .
Por suerte, ningún adulto la vio nunca haciendo magia, y los padres nunca creyeron las extrañas historias que contaban sus hijos sobre aquella niña mágica que hacía volar las mochilas y escribía en la pizarra con la tiza sin moverse de su silla. “Serán cosas de niños, que tienen mucha imaginación”, decían.
Anna no quería irse de aquella ciudad. Todo el mundo la quería, todos deseaban ser como ella y tener magia… Pero, finalmente, llegó el día de marcharse. Anna y Sofía tenían que volver a su isla.
¡Por fin se reencontraron! Volvían a estar juntas otra vez, y también con el resto de su familia y con su anciana vecina. Contaron, emocionadas, sus historias y sus experiencias, tan diferentes.
—Este año me ha servido para aprender muchas cosas de agricultura, conocer gente nueva y maravillosa y entrenar mucho mi magia —explicó Sofía—. Después de practicar tanto, ahora me resulta mucho más fácil hacer hechizos. Me he sentido muy contenta y satisfecha de ver que la gente era feliz gracias a mí… ¡aunque ellos no lo supieran!
—Pues yo… creo que voy a echar mucho de menos la vida que tenía en la ciudad. Todo era muy diferente a aquí… —contó Anna—. Allí todo el mundo me quería y me admiraba por mi magia.
Pasaron algunas semanas en la isla, y Anna empezó a notar algo extraño en sus poderes mágicos. Mientras que Sofía cada vez los utilizaba mejor, ella ya no era capaz de hacer los mismos trucos de antes. Intentó curar a varios animales y no lo consiguió. Tampoco pudo hacer que se disiparan las nubes y saliera el sol, por mucho que lo intentó con todas sus fuerzas. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué ya no podía hacer lo que hacía antes? ¿Por qué su hermana lo hacía con tanta facilidad y ella no lo conseguía?
Anna decidió ir a hablar con su anciana vecina. Tal vez ella tendría la respuesta a por qué su magia se estaba debilitando tanto.
Después de contarle lo que le preocupaba, la sabia mujer le dijo:
-Pequeña Anna: cuando tú y tu hermana volvisteis a la isla y me contasteis vuestras experiencias, me sentí muy apenada por ti. Tenía miedo de que esto sucediera. Verás: tu magia está desapareciendo. Los habitantes de esta isla podemos hacer magia precisamente porque no presumimos de nuestros poderes. Somos humildes. Deseamos hacer el bien a los demás para que estén felices, no para estar felices nosotros. Nos sentimos satisfechos de ver que hemos ayudado a los demás, pero no necesitamos que nos admiren por ello. Tú, Anna, has perdido tu humildad, y por eso tu magia se ha debilitado.
En ese momento, Anna empezó a comprender que tal vez no se había comportado bien: lo cierto es que no había ayudado a nadie. Sólo había querido que los demás la admiraran por sus poderes. Incluso había desvelado el secreto de su magia sólo por conseguir un poco más de atención y alabanzas.
—Anna, es comprensible lo que te ha ocurrido. En la ciudad a la que fuiste, la gente se preocupa mucho por conseguir cosas materiales, por tener más y más dinero. No piensan en el bien de los demás, sino sólo en el propio. Se llenan de objetos, presumen por tener más que el de al lado, necesitan demostrar lo importantes que son y que los demás les admiren… y todo eso les hace infelices. No son humildes, sino vanidosos. Tu misión allí era hacerles recuperar las sonrisas, el amor y la sencillez que han perdido al buscar las cosas materiales. Tú te has dejado llevar y sólo has usado tu magia para llenarte de juguetes y para conseguir la popularidad y la admiración de los demás. Has convertido tu humildad en vanidad...
Anna seguía reflexionando sobre todo lo que le decía su anciana vecina. No entendía qué le había pasado durante ese año, pero ahora mismo se sentía muy arrepentida. La mujer detectó esa gran tristeza en la cara de la niña y continuó hablando.
—Sé que resulta muy difícil continuar siendo una persona humilde si estás rodeada de personas vanidosas. Pero tú tienes la humildad en tus raíces, en lo más profundo de ti. Si vuelves a ser humilde, recuperarás poco a poco tu magia y podrás seguir entrenándote para utilizarla y para hacer el bien a los demás y, por tanto, también a ti misma. ¿Estás dispuesta?
—Estoy muy, muy dispuesta —contestó Anna con un mar de lágrimas en los ojos, pero ahora eran de alegría y de esperanza—. Voy a hacer todo lo posible para recuperar mi magia. Quiero ser una persona humilde, como tú, como mi hermana y como todas las personas de la isla. Eso es lo que de verdad me hará feliz.
Y esta historia de humildad y magia termina, como todas las historias bonitas, con un tierno abrazo entre las dos.
Y en cuanto a ti… tal vez no tengas poderes mágicos, pero sí tienes un montón de cosas buenas en tu forma de ser que se hacen mucho más buenas y valiosas si las llevas con humildad. Y, por favor, ¡no olvides guardar el secreto de la isla!
Preguntas para reflexionar sobre el cuento
¿Qué entiendes tú por humildad? ¿Y por vanidad? Cuéntalo con tus palabras.
¿Qué cosas crees que puede hacer Anna para volver a ser una persona humilde?
¿Por qué crees que Anna desveló el secreto de su magia?
¿Qué ocurriría si el resto del mundo se enterara de que existe una isla con gente que hace magia?
¿Qué emociones crees que sentía Anna usando su magia para su propio beneficio? ¿Y qué crees que sentía Sofía usando la magia para el bien común de las personas de la aldea?
Si tú tuvieras magia, ¿para qué la usarías?
Como dice el final del cuento, ¿qué características buenas tienes tú?
¿Te consideras una persona humilde? ¿Por qué?