¡Viva el gatillazo!
Si te apetece relajarte, te leemos el artículo
Pedro y María están en la cocina preparándose la cena tras su duro día de trabajo; se sirven cada uno una copa de vino y, mientras charlan, él la coge por la cintura.
Ella le responde ofreciéndole su cuello para que la bese. Al poco rato están en la cama desnudos, excitados y yendo directos al grano, a punto de tener un coito de los buenos: los que no se planifican.
Justo en el momento en que él se dispone a penetrarla, cuando ambos están en plena ebullición excitatoria, él pierde la erección.
Extrañado, le dice a su pareja: “No sé qué ha pasado”. Ella, extrañada, intenta practicarle sexo oral para incrementar su excitación, pero todo esfuerzo es en balde.
Cada vez más nervioso, Pedro termina diciendo: “Déjalo, da igual”. Vuelven a la cocina, cenan y miran la televisión, pero Pedro ya tiene en su cabeza el germen del miedo al gatillazo.
¿Qué provoca un gatillazo?
Sinceramente, existen cientos, quizá miles de factores que pueden actuar como desencadenantes del gatillazo.
El estrés laboral, familiar o personal, las preocupaciones, el consumo de fármacos, los problemas de insomnio, la ingesta de alcohol y de tabaco, la auto-exigencia sexual, un simple mal día, el mismo miedo a sufrirlo… etc.
La lista podría ser larguísima. Lo cual me lleva a hacer la siguiente afirmación: hay tal cantidad de posibles desencadenantes que prácticamente el 100% de los hombres tendrá uno o varios gatillazos a lo largo de su vida, sin que ello signifique que exista el más mínimo problema.
Lo que pasa es que nadie lo confiesa. En lo que respecta a la sexualidad, la información más importante es precisamente la que se oculta.
Lo más importante: No pasa nada
Si ante un gatillazo te acobardas, te crees menos que otros hombres, te bautizas a ti mismo diciéndote “tengo una disfunción sexual”; si piensas que tu pareja te va a dejar o si se apoderan de ti el orgullo o la inseguridad, el suceso puede convertirse en un torpedo para tu autoestima.
La estocada final es si, además, tu pareja te suelta: “¿Es que no te gusto lo suficiente?”. Recuerda (y recuérdale a tu pareja por si no se ha enterado): no eres una máquina, así que si un día pierdes la erección, tranquilo: no pasa nada.
Sigue practicando sexo, olvídate durante un buen rato de tu pene, déjalo en paz y seguid usando el resto de vuestros cuerpos para jugar.
Sólo cuando te despreocupes y te dediques a pasarlo bien, tu pene volverá a ponerse duro como una piedra.
Hazme caso: quítale hierro. Ésa es la mejor manera de que los gatillazos sean una simple anécdota. Son la preocupación y el temor lo que los alimenta y provocan estrés.
Eso sí: en caso de que se presenten con cierta frecuencia, no dudes ni un instante en consultar con un psicólogo especialista en sexología.
Nada de pastillas antes de que te vea un profesional de la sexualidad: nosotros estamos especialmente entrenados para manejar este tipo de situaciones.