Cómo fomentar la intimidad en la pareja
¿Qué es y qué no es intimidad?
Al tratarse de un concepto subjetivo, existen tantas definiciones de “intimidad” como parejas quieran definirla. Más allá de los matices que cada uno pueda darle, es posible (y muy necesario) diferenciar qué sí es y qué no es intimidad.
Intimidad es cuidado, es atención, es proximidad y es calidez. Implica aprender a reconocer que de alguna manera necesitamos del otro, para compartir ese espacio común en donde nos sentimos cobijados, donde cumplimos algunas veces el papel de apoyo y otras veces el papel de apoyado.
La intimidad requiere la capacidad de aproximarse a la otra persona para compartir fragilidades y solicitar soporte, al tiempo que requiere estar disponible para atender a las necesidades del otro. Intimidad es respetar y comprender al otro como a uno mismo.
Sin embargo, la intimidad no es fusión. La experiencia de la intimidad necesita alimentarse de la sensación de independencia y autonomía de cada miembro de la relación por separado. Se trata de poder permanecer en un espacio compartido sin perder las fronteras de la propia identidad.
Por eso, en ningún caso la intimidad sana implica un desequilibrio que conlleve dependencia. Intimidad es sinónimo de transparencia, pero no de ausencia total de límites. Intimidad no significa tener que pensar lo mismo, sentir lo mismo, opinar lo mismo ni tener los mismos valores.
Deseada intimidad VS Temida intimidad
Generalmente, la intimidad es deseada y buscada por las personas. La naturaleza humana, como tendencia básica e innata, nos conduce a establecer relaciones de intimidad física y psicológica.
Buscamos establecer vínculos con otras personas, especialmente con la pareja: es una especie de réplica del primer vínculo que establecimos en nuestra vida, la relación con nuestra madre cuando fuimos pequeños.
Como en todo, también hay variedad interpersonal en el interés por establecer la intimidad, y en la forma de hacerlo. Hay personas que no se sienten interesadas por ella, y pasa a un plano secundario en sus vidas. Otras, por el contrario, la desean… pero la rechazan por miedo.
Son aquellas personas que, por inseguridad, se defienden de la intimidad por temor a implicarse demasiado y acabar perdiéndose a ellos mismos en la fusión con el otro.
Miedo a depender de alguien, perdiendo la individualidad. Miedo a exponerse ante la otra persona, revelando aspectos privados de uno mismo, y ser rechazado. Miedo a terminar siendo abandonado. Miedo a sufrir. Miedo a dar o a implicarse más que el otro. Miedo a volverse débil. Miedo a perder el control. Miedo a los propios impulsos. Miedo a equivocarse y ya no poder volver atrás. Miedo a no ser aceptado. Miedo a que no nos quieran lo suficiente.
Todos estos temores parecen razones suficientes para evitar implicarse en una relación íntima… Y tú, por tu experiencia, ¿crees que vale la pena superarlos?
Si tu respuesta es “sí vale la pena”, hay algunas cosas que puedes aprender para fomentar de forma sana la intimidad con esa persona especial.
¿Cómo construir una relación de intimidad?
- Expresando con transparencia los pensamientos, sentimientos y valores personales.
- Respetando de forma sincera al otro, en sus virtudes y defectos.
- Trabajando por una comunicación realmente eficaz, tanto verbal como no verbal, donde queden fuera los malentendidos, los reproches, los comentarios punzantes y los mensajes incompletos.
- Aceptando las limitaciones de uno mismo y de la pareja.
- Fomentando la afirmación y admiración mutua, en lugar de la agresividad pasiva que se deja relucir en palabras, actitudes o gestos.
- Compartiendo ilusiones, proyectos y expectativas del futuro, junto con recuerdos del pasado y sensaciones del presente.
- Comunicando de forma sincera nuestras emociones, creencias y deseos.
- Estando presente en los momentos de alegría y también en los de malestar.
- Aprendiendo a solicitar ayuda cuando lo necesitemos y a expresar el dolor cuando nos sintamos heridos.
- Entrenando nuestra empatía, consiguiendo un estado de apertura mental y emocional.
Requisitos de la intimidad: igualdad, compromiso y reciprocidad
En definitiva, la intimidad es un proceso interactivo, dinámico y comunicacional. Implica compartir vulnerabilidades personales, fracasos, debilidades, frustraciones, imperfecciones… y también la alegría, el gozo, los éxitos, la gratitud, el placer de la compañía y la satisfacción de las necesidades.
El establecimiento de intimidad no tiene por qué suponer un peligro para el “yo”, sino una forma de enriquecerlo, contribuyendo al bienestar y al crecimiento personal.