¿Qué nos atrae del poder? Destacado

    ¿Qué nos atrae del poder? © Depositphotos.com/AnnaOmelchenko

     ¿Qué nos atrae del poder?

    Tener mucho poder implica tener mucha responsabilidad”. Al menos, esto es lo que le decía el tío de Spiderman al nuevo superhéroe.

    En un reciente estudio desarrollado por Kai Sassenberg y sus colegas en Alemania, se concluye que las personas se sienten más atraídas por el poder cuando lo perciben como una oportunidad que cuando lo perciben como una responsabilidad.

    Parece lógico, ¿o no? Influenciar a los demás apenas sin pretenderlo y ser capaces de sentir que lo que decimos despierta admiración es algo difícil de rechazar. Nos produce una sensación tan placentera que la consabida letanía “la erótica del poder” adquiere un significado muy concreto en aquellas personas que lo experimentan, aunque sea por unos instantes.

    Resulta muy difícil abstraerse de esa sensación de control que siente la estrella del rock cuando aparece en un escenario y el público irrumpe en aplausos, gritos, sollozos y demás. Experimentar esto de forma continuada puede llevar al individuo a creerse superior o, lo que es peor, sentir que los demás, aquellos sobre los que tenemos poder, son inferiores.

    Las pataletas de la estrella cuando no le traen el agua de la marca que deseaba o la sorpresa del político o famosillo que no es reconocido por la calle son claros ejemplos de la influencia que tiene el poder sobre la persona. De alguna manera, parece que hablamos de un proceso de dependencia.

    Si el poder es más atractivo cuando se construye como una oportunidad derivada de la sensación que produce en quien lo ostenta de tener la posibilidad de hacer prácticamente lo que quiere, de ser imparable, como en algún momento se percibe a sí mismo el superhéroe anteriormente señalado.

    La segunda parte del consejo que le proporciona su tío aparece a kilómetros de distancia emocional. La frase podría quedar entonces en “a medida que adquieres más poder tienes… ¡más poder!”.

    La importancia que se da a la oportunidad crea un ciclo destructivo, ya que aquellos que obtienen oportunidades a medida que acumulan poder se van distanciando más y más de la responsabilidad, consiguiendo, de alguna manera, sentir que no tienen ninguna o poca, incluso aunque éste fuera su primer objetivo.

    La influencia de este modelo de oportunidad frente al de responsabilidad es contagiosa. La presencia en los medios de comunicación de personas centradas en construir una marca personal o tratar de obtener más poder por encima de aquellas personas que utilizan su poder para apoyar las libertades civiles o ayudar a aquellos que lo necesitan, encandila de tal manera que, en los últimos años, hemos vivido el advenimiento de multitud de plataformas que, lejos de propiciar el poder como consecuencia de un esfuerzo personal, han catapultado a la fama –y, por ende, al poder- a todo tipo de personajes cuyos méritos son difícilmente clasificables.

    ¿Una cosa lleva a la otra?

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    La comprensión de la influencia que algunas personas pueden tener sobre nosotros y cómo llega a manipularnos y a manipular a los demás exige un enfoque crítico y creativo.

    Para poder entender el poder que algunas personas adquieren, nos encontramos con un curioso mecanismo psicológico, el “efecto halo”, por el cual, a determinadas personas que son relevantes en un ámbito se le suponen muchas otras características que, a menudo, no poseen.

    El efecto halo es un clásico de la psicología social. Las evaluaciones globales acerca de alguien (“es agradable”) derivan en juicios específicos acerca de rasgos específicos (es inteligente).

    De esta forma, encontramos que a políticos, artistas o personajes públicos les asignamos virtudes o conocimientos que es muy probable no respondan a la realidad. Si son atractivos asumimos que son inteligentes, amistosos o juiciosos. Esto ocurre aunque tengamos evidencias de lo contrario.

    Los políticos utilizan el efecto halo tratando de aparentar calidez y cercanía, sin que realmente estén transmitiendo nada. Tendemos a pensar que sus políticas serán buenas porque parecen buenas personas.

    Deberíamos tener la posibilidad de revertir este proceso que nos ha llevado a una conclusión errónea, especialmente cuando comprobamos que el actor agradable no es tan inteligente como pensábamos. Pero no es tan sencillo que lo consigamos.

    El término “efecto halo” fue acuñado por Thorndike en el año 1920 a partir de sus investigaciones en el ejército. Thorndike observó la tendencia de los oficiales a atribuir una serie de características positivas a sus superiores a partir de una sola cualidad o a valorarlos negativamente a partir de un único defecto.

    En los años 70, Nisbett y Wilson realizaron un experimento en el que mostraron un profesor dando sus clases a dos grupos diferentes de estudiantes. En un video, el profesor se mostraba autoritario y distante; en el otro se comportaba de manera cordial y afable.

    Los estudiantes calificaron al primero como una persona atractiva, mientras que los que lo vieron “en negativo” lo describieron como poco agraciado.

    Lo verdaderamente curioso fue que los estudiantes consideraron que la actitud del profesor no estaba incidiendo en cómo evaluaban su atractivo físico.

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    Agradecimientos:

    A Leocadio Martin por compartir este artículo con los lectores de EPDH. Publicado en su web leocadiomartin.com

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