El complejo de príncipe azul
No todos los hombres son sapos, al igual que no todas las mujeres son damiselas. A pesar del complejo de príncipe azul, no todos degeneran en “sapos-sapetes-sapones”.
Los hombres que se dejan amar, saben amar y ser amados ¡existen! Asumo que he dicho en muchos de mis libros que “el Príncipe Azul no existe, y que, además, destiñe”.
Empero, hay hombres a los que les impusieron ser príncipe azul y pasarse la vida besando damiselas que nunca despertarán de su letargo de princesas y, por tanto, jamás se convertirán en reinas ni aprenderán a amar al ser más importante de sus vidas (ellas mismas).
A pesar de ello, algunos fueron capaces de superar su complejo, el sentimiento de culpabilidad que le atribuyeron y su supuesta incapacidad de amar por el hecho de ser genéticamente hombre.
Algunos hombres saben amar. Algunos poseen un buen corazón y un alma limpia. Algunos son honestos y de fiar y proporcionan amor a la mujer que a su vida se acerca. Algunos han sufrido mucho debido a una culpabilidad o “pecado original” que nunca existió.
El arquetipo de príncipe azul
El arquetipo de príncipe azul es un hombre que está harto de besar damiselas que nunca se despiertan de su letargo existencial, que sólo saben insultarle, rebajarle o echarle las culpas de su desastre vital empeñándose en hacerle pagar sus sueños rotos.
Empero, nadie nos hace nada que no consintamos.
Es desastroso para la dignidad femenina el empecinarse en relacionarse con un hombre exigiéndole que le haga de papá cuando es una adulta con edad suficiente como para asumir las riendas de su vida y responsabilizarse de con quién, por qué y cómo se relaciona.
Por otro lado, también es de memos tragar con semejantes culpas y responsabilidades ajenas, en el caso de los hombres. Éstos deberían liberarse de una vez por todas de esas obligaciones que no constan en Biblia alguna.
Ni ellos son superiores, ni ellas inferiores. Cuando se es adulto, ni los hombres necesitan a una mujer que les haga de mamá, ni las mujeres necesitan de un papá. Cada uno es responsable de su vida.
Ergo, se acabó el jugar a papás y mamás como suplantación de la responsabilidad del vivir.
Las descalificaciones sobre los hombres son producto, a mi entender -basado en mi praxis profesional y experiencia vital-, de las frustraciones de las mujeres y de un no querer asumir su cuota de responsabilidad.
Al igual que los machistas y misóginos, ellas han desarrollado un tic disfuncional: el hembrismo, que les permite criticar, apabullar, acusar, culpabilizar y ningunear al hombre en nombre de la propia superioridad que les otorga el hecho de ser genéticamente mujeres.
Proceden igual que los machistas y los misóginos, a los que tanto han denostado. ¿Cómo se puede amar a un hombre si se piensa así del colectivo masculino? Mal.
Ponte la corona y no te la quites ni para dormir.
En vez de meter a todos los hombres en el mismo saco, deberíamos aislar a los buenos de los malos, igual que aíslo a las reinas de las damiselas, porque tampoco todas las mujeres son iguales.
Una cosa es conocer a alguien que merezca la pena, y otra muy diferente enamorarse. Cuando ello no sucede en una o en ninguna de las dos direcciones, ninguno de los implicados es un sapo o una damisela, simplemente no se dio esa magia.
Sin embargo, las damiselas parece que poseen “el botón del amor” y, en cuanto ven a un hombre, lo convierten en “candidato para saciar su hambre emocional”.
Se encandilan y, obviamente, él debe corresponderlas sí o sí. Imposible. Un hombre no es un muñeco con mando a distancia que se le aprietan botones y ejecuta acciones.
¿Príncipe o sapo?
No te confundas: que un hombre no se enamore de una mujer no lo convierte en sapo.
Irónicamente, sí que hay mucho sapo que se “enamora” de mujeres que, al no darse cuenta de su verdadera naturaleza, lo toman por su príncipe azul.
Eso sí: los morros se les quedan hinchados cual sapo inflado al besar a tanto ídem.
Hay mujeres que se pasan la vida en una mala relación, con un hombre que ni sabe amarlas ni quiere comprometerse, en vez de irse a vivir sus vidas y ocuparse de su felicidad propia.
Lo mismo que hay hombres que aguantan en una relación sosa y fría con una mujer que no les ama y que, en el mejor de los casos, les hace el vacío.
Los hay que se pasan la vida con una suerte de “bruja” o mujer frustrada que sólo sabe criticarles y acusarles de lo mala que es, ha sido y será su vida.
El sentimiento o complejo de culpabilidad hace que algunos hombres aguanten lo inaguantable.
El “acusismo” y el “quejismo”
El “acusismo” y el “quejismo” son los dos cánceres que matan el amor y que hacen de la vida humana un campo de concentración tipo Siberia.
Un hombre no debería permitir que nadie le diga que no sabe amar o que tiene la culpa de que ella no sea feliz.
Nadie deberíamos asumir la responsabilidad de hacer feliz a nadie. La vida de cada uno es responsabilidad propia, como su nombre indica.
Los hombres buenos, los metroemocionales, esos hombres fuera de serie, han de rebelarse y mandar a paseo a las damiselas de aflojada diadema.
¡Se acabaron los ósculos redentores!
En lugar de seguir besando sapas que nunca se convertirá en reinas, cómprate un despertador y pónselo a toda mujer que se cruce en tu camino. Así sabrás si es reina o damisela.
En vez de la prueba del algodón, queda inaugurada la era de “la prueba del despertador”. Si estás adormilado, despiértate antes de salir al amor.
Cómo superar el complejo de príncipe azul en ocho pasos
1.- Aprende a creer en ti y a valorarte
Mientras no te valores, no dejarás de besuquear damiselas que jamás serán reinas. Por consiguiente, valórate y no se te volverán a hinchar nunca más los morros.
2.- Averigua cómo te gusta que te amen
Tenemos con los demás la relación que tenemos con nosotros mismos. Por consiguiente, el cómo te relacionas con los demás o el tipo de relaciones que tienes refleja el cómo te amas y el cómo te odias.
3.- Se acabó consentir: “No al azulear”, “sí a la dignidad masculina”
Nadie te hace nada que tú no consientas. Por consiguiente, de ahora en adelante, sólo debes permitir que te traten bien y te amen como a ti te gusta que te amen.
4.- Asume que amar y rescatar no son sinónimos
Sólo tú, y nadie más que tú, estás al mando de tu bienestar emocional. Hacerte feliz y ser feliz es personal e intransferible, pues ningún adulto es responsable de la felicidad de otro.
Todos, sin distinción, poseemos la capacidad de expresar nuestras emociones, cada uno según su propio estilo.
5.- Haz añicos el techo de cristal emocional
No todas las lágrimas son el latido de la alegría que da vida a un corazón –cuya contrapartida es la risa genuina que brota de un alma sin trampa ni cartón-; algunas son interesadas y tramposas.
Dado que sólo un alma sincera almacena sensibilidad, es primordial que aprendas aprender a diferenciar entre sensibilidad y sensiblería.
6.- ¡Adiós culpa, adiós!
La mujer que practica el “acuseiner” y el “quejeine” no es reina sino damisela de diadema floja, y le amargará la vida a todo hombre que se relacione con ella, además de amargársela a sí misma.
Por consiguiente, te usará como cubo de sus miserias emocionales y como diana de sus frustraciones. Si no quieres acabar en el cubo de la basura, ya sabes: tómate en serio la primera acusación y pon límites.
7.- Amante si, malquerido no.
Si concilias los opuestos en ti te convertirás en un ser humano completo y equilibrado, y nunca más serás un malquerido. Sólo las personas “completadas” desconocen la inferioridad y la incapacidad emocionales.
8.- Con tu padre te reconciliarás y así desteñirte definitivamente podrás.
Independientemente de los matices –éstos son los defectos, es decir, aquellos aspectos que no te gustan, no comprendes o con los que no estás de acuerdo - que tus progenitores exhiban, si quieres fluir en tu vida y aprender a amar de verdad, la interiorización (arquetipos) de tus padres deberás sanear, reestructurar y depurar.
Sin, por supuesto, olvidar conciliar los opuestos en ti. Ésta, y sólo ésta, es la auténtica iniciación a la madurez existencial.
Artículo basado en el libro
© El Príncipe Azul que dio Calabazas a la princesa que creía en cuentos de hadas.