La escala de prioridades
La verdad es que, si lo analizas, no tienes que hacer nada, y puedes hacerlo todo. Nadie ni nada te obliga a hacer algo que no quieres hacer, y nadie te impide realizar lo que realmente eliges emprender.
Las fórmulas del “no puedo” y del “tengo que” se comprenden perfectamente en la interacción social, pero la verdad es que te restan poder, responsabilidad y honestidad.
Todo lo que hacemos viene motivado por una escala de prioridades.
No es que no puedas quedarte a tomar una cerveza con tus compañeros porque tengas que ir a por tu hijo, es que tu hijo ocupa un lugar más alto en tu escala de valores y por eso eliges estar con él antes que con tus colegas.
En el verbo “elegir” está la clave: si comienzas a utilizarlo te darás cuenta de que tu sensación de poder ante las situaciones y ante tu propia vida aumenta considerablemente.
Ahora eres el dueño de tus decisiones: de ti sale la acción, no de una fuerza externa que ni siquiera podrías situar en el mapa.
Lo mismo ocurre con el “no puedo”. La próxima vez que te sorprendas a punto de utilizar esta oración, pregúntate a ti mismo: “¿Qué o quién me lo impide?”.
Si ahondas un poco, te darás cuenta de que nada ni nadie se entromete en tu camino: tú eres el único que puede tomar esa decisión.
No es que no puedas: es que no quieres… y la razón reside, de nuevo, en esa escala de prioridades y de valores de la que hemos hablado antes.
Tú eliges, consciente o inconscientemente, situar esa opción en un puesto más alto que la otra, y te mueves acorde con esa decisión.
Identifica tu escala de valores
Si estás atento y observas tu manera de comunicarte, comenzarás a darte cuenta de cuál es esa escala de prioridades que has construido de manera inconsciente.
Todo lo que “no puedes hacer” en favor de otra cosa estará irremediablemente situado por debajo de esa segunda opción.
Una vez traída al consciente, hay una pregunta mágica que puede ayudarte a recolocar los diferentes ítems cuando te encuentres en una encrucijada: esa pregunta es “¿me conviene?”.
Por ejemplo: no sabes si quieres salir esta noche o quedarte descansando para, mañana, aprovechar el día adelantando trabajo.
Un niño elegiría salir porque le apetece o porque quiere anteponer el placer a corto plazo al de a largo plazo; sin embargo, como adulto puedes formularte la pregunta “¿me conviene?”, y así descubrir cuál es realmente la opción que te acerca más a tu objetivo.
Si tu meta es crecer profesionalmente, te convendrá más quedarte descansando. Esto te da una pista: actualmente, el trabajo es un valor más importante para ti que el ocio.
Quizá comenzar a utilizar el “no quiero / quiero” o el “elijo” te resulte un poco extraño. No pasa nada: no tienes por qué hacerlo de esa forma tan fría.
Puedes efectuar cambios más sutiles: por ejemplo, en lugar de decir “no puedo ir al cine porque tengo que cocinar”, di “no iré al cine, me voy a quedar cocinando”.
Así no estás menguando tu poder para con la acción, sino que estás asumiendo tu responsabilidad y, al mismo tiempo, eres honesto con tu interlocutor y, sobre todo, contigo mismo.