Esto implica que, si bien hace algunas décadas la obediencia a los padres ni se dudaba, actualmente los niños sí cuestionen las órdenes paternas y deciden no cumplirlas -o retrasar al máximo su cumplimiento-.
Esto no es negativo; de hecho, es bueno para la madurez psicológica de los niños y adolescentes comprender el sentido de las normas y reflexionar y opinar sobre ellas, en lugar de guiarse por la obediencia ciega a la autoridad. Lo que ocurre, eso sí, es que para los adultos es más difícil de gestionar.
Los niños exploran los límites
En el momento en que el niño empieza a controlar sus esfínteres (a la edad de 18-24 meses) descubre su capacidad de independencia con respecto a su cuidador. Es una de las primeras decisiones que puede tomar: cuándo hacer sus necesidades -e incluso dónde- es algo que depende totalmente de él.
A partir de aquí, el pequeño empieza a explorar los límites de su entorno: desde sus primeros “no”, pasando por el descubrimiento de la fantasía y las mentiras, hasta llegar a la rebeldía y el negativismo adolescente.
Poco a poco va explorando cómo sus actos afectan al entorno, hasta qué punto pueden influir en él, cómo cambian las cosas en función de sus decisiones… Va realizando experimentos ambientales prácticamente inconscientes, entre ellos descubrir qué ocurre si se transgreden ciertas normas.
La reacción de los padres ante estas pequeñas transgresiones irá condicionando sus comportamientos futuros.
Los niños no son una extensión de los adultos
La sociedad está progresando: los niños adquieren un papel social cada más relevante, en la medida que los adultos toman conciencia de la importancia de la psicología de los menores y su educación.
Sin embargo, suele seguir existiendo una cierta incomprensión por parte de los adultos al mundo infantil. La inmadurez y el infantilismo propios de la niñez no implican un menor valor de lo que el niño opina, piensa, siente, hace, decide o cree.
A veces, lo que falla es la concepción de algunos padres que creen que sus hijos son una extensión suya: deben ser y comportarse como ellos lo hacen. Respetar la individualidad del niño es un paso fundamental para no desvalorizarle inconscientemente.
Comprender que el pequeño es una persona diferente y única también implica reconocer que no va a cumplir a pies juntillas todo lo que se le diga, precisamente porque no es un robot programable.
Por supuesto que los padres siempre quieren lo mejor para sus hijos, y nunca nada de lo que se les pida o exija será con maldad, sino todo lo contrario: será por su bien. Pero hay que intentar aplicar un justo equilibrio entre actuar por su bien y dejar que ellos descubran por sí mismos lo que es bueno para ellos.
Cómo hacer para que tus hijos te hagan caso
1. No le des órdenes ni le pidas nada cuando esté muy entretenido (por ejemplo, jugando a algún videojuego). Es muy probable que te conteste, pero realmente no te habrá prestado ninguna atención. Esa orden o petición no se almacenará en su memoria.
Haz que pare lo que esté haciendo el suficiente rato para que te preste atención, o bien espérate a que esté disponible.
2. Tenemos memoria para lo que nos interesa (a ti también te pasa). Es muy probable que se le olvide lo que le has pedido porque hay otras cosas más interesantes e importantes para él en las que está pensando.
Puedes ponerle recuerda-memorias a su vista (como post-it en su habitación o en el baño) o elaborar juntos un calendario donde apuntéis las cosas más importantes que debe hacer, y así crear el hábito de mirarlo en algún momento del día.
3. Dale cierta libertad para que decida cosas que sí están a su alcance, en lugar de mandarle lo que debe hacer por ahorrar tiempo o porque sabes que va a ser lo mejor para él (por ejemplo, decirle qué ropa se ha de poner cada mañana).
Deja que tu hijo se organice ciertas cosas y tome algunas decisiones sobre su propio mundo, como su material escolar, su ropa, sus aficiones… Así, irá descubriendo poco a poco su autonomía.
4. Que tus peticiones sean concretas. No confundas el razonamiento infantil con el razonamiento adulto: el infantil es mucho más concreto. Los niños comprenden peor lo abstracto. Incluso aunque ya tengan edad de comprenderlo, es mucho más difícil para ellos llevar a cabo una petición que no tiene un principio y un fin bien delimitados.
Por ejemplo, puedes cambiar la petición “limpia tu habitación” por “recoge las cosas que tienes encima del escritorio y guárdalas en el armario de forma ordenada”.
5. Dale determinada amplitud de tiempo para que haga lo que le has pedido, pero que esa amplitud no sea ni muy corta (cinco minutos) ni muy larga (una semana o incluso dos días puede ser demasiado tiempo en el mundo de un niño).
Decirle: “Por favor, haz X cosa antes de la hora de cenar” está bien, si tiene toda la tarde por delante.
6. Si no hace lo que le has pedido, él mismo ha de ver las consecuencias. Tú puedes remarcárselas con cariño y tranquilidad. Por ejemplo, si le pides que eche a lavar los calcetines y no lo hace, llegará un momento en el que se quedará sin calcetines limpios.
Resiste el impulso de ir a recogerlos todos y a lavarlos mientras te quejas a gritos y le sueltas un sermón. Simplemente, cuando llegue el momento de ponerse calcetines y no tenga limpios, coméntale: “No tienes calcetines limpios porque no los has echado a lavar en toda la semana, como te pedí que hicieras. ¿Ahora qué vas a hacer?”. Espera a que él te dé una solución, no se la pongas tú.
Posiblemente le tocará ir un día a la escuela con los calcetines tremendamente sucios (suena dramático, ¡pero no lo es tanto!), pero lo más seguro es que esa misma tarde los eche a lavar. No se volverá a quedar sin calcetines limpios.
7. Prueba durante una temporada a reducir el número de órdenes y peticiones que le haces a tu hijo, dejando sólo las que sean estrictamente necesarias y eliminando todas las que son prescindibles. Órdenes prescindibles son, por ejemplo, “no te manches con la merienda”, “¡No corras!”, “¡Cuidado! No te caigas”, etc. Son expresiones que, aunque suenan a órdenes, son advertencias.
El niño no las toma como órdenes, y por tanto no las cumple. “¡Le he dicho que no corra y sigue corriendo! ¡No me hace caso!...”. Es normal: no es que no desee hacerte caso, ¡simplemente quiere correr! Y no va a dejar de hacerlo porque tú le digas que no lo haga. Por tanto, en esta situación, tu orden se queda como una voz de fondo.
8. Prémiale cuando cumpla lo que le has pedido u ordenado. Preferiblemente, que esos premios consistan en halagos verbales, cariño y pequeñas acciones agradables (ir a una excursión, leerle su cuento favorito, salir al parque…).
9. Analiza tu forma de pedir y de ordenar. ¿Lo haces de forma agresiva o calmada? ¿Amenazas con castigo si no lo cumple? ¿Se lo pides por favor o lo exiges con superioridad? ¿Lo repites cansinamente hasta la saciedad hasta que se te acaba la paciencia? Si te das cuenta de algunos errores en tu forma de pedir y de ordenar, cambia de forma.
No hay mejor manera de provocar un cambio en el otro que cambiando uno mismo. Detectar tu cambio le llamará la atención, y esa llamada de atención ya es un primer paso.
10. Si tu hijo ya tiene más de 7 años, cuando le pongas normas explícale el sentido de las mismas. Esto no significa que si él no está de acuerdo con alguna norma tengas que cambiarla, ni mucho menos. Los límites son muy importantes. Pero sí es bueno que, aunque determinada norma sabéis que es inamovible, se pueda hablar sobre ella y justificarla.
Por ejemplo, muchas órdenes incumplidas están relacionadas con dos temas: lo escolar (“Cómo hacer que los deberes escolares no se conviertan en una pesadilla”) y las labores del hogar. Lo mejor es estipular de forma clara un horario de labores que realizará cada miembro del hogar, para que el niño entienda por qué debe colaborar (por ejemplo, porque los papás no dan abasto para todo, necesitan su ayuda, y además así él aprende a hacer pequeñas faenas y se siente útil).
Explícale que se necesitan 21 días para consolidar un hábito. Esos primeros días serán difíciles, pero cuando lo haya hecho 21 días (especialmente si se sigue una rutina para ello), hacerlo le saldrá sólo.
11. Haz explícita tu preocupación por su falta de obediencia: en algún momento que los dos estéis tranquilos, háblalo con él tranquilamente. Dile que últimamente estás notando que no te hace nunca caso; dile lo que sientes cuando se comporta así.
Preferiblemente, que esta charla no sea inmediatamente después de haber discutido por una orden incumplida; si no, se lo tomará como una reprimenda más. Pregúntale por qué lo hace y qué puedes hacer tú para que asuma las cosas que le pides de buen grado.
La edad de tu hijo es un factor importante
Si hablamos de obediencia, es importante hablar de edades.
La edad de tu hijo es muy relevante a la hora de entender por qué no te hace caso. Si está en la rebeldía y la transgresión de la adolescencia, el tema de las normas es más complicado de gestionar que si es más pequeño. En general, los consejos de este artículo están pensados para niños más pequeños, pero también pueden ser útiles para adolescentes.
Y tú, ¿qué opinas de la disciplina en el hogar? ¿De qué manera crees que los padres pueden comportarse para que sus hijos hagan caso?
¡Anímate a dejar tu comentario! Estaré encantada de escuchar tu punto de vista.
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