Un par de días después, haciendo cola en la caja de un supermercado, reparé en un niño de unos ocho años, solo, comprándose un donut y cargando unas cajas de cartón. Imaginé (con la experiencia que da una mudanza reciente) que la madre o el padre lo habrían mandado a por cajas con la compensación de un donut como premio. Me pareció emocionante. ¡Otro niño pequeño, haciendo algo solo, en Barcelona, en el siglo XXI! Le comenté algo sobre las cajas pero el niño no me respondió (me imagino que tenía estrictas instrucciones de “no hablar con desconocidos”). Me dio igual. Había visto dos niños haciendo cosas por sí mismos, en la calle, con apenas tres días de diferencia. Me dije que, cuando viese un tercero, escribiría un post sobre el tema.
Pero pasaron los días y no apareció el tercer niño que va solo, ratificándome que lo que vi fue la excepción que confirma una nueva regla: los niños y niñas hoy en día no van solos.
Sí, lo sé. Las ciudades están infestadas de coches. En especial, a las salidas de los colegios, trufadas de esos enormes 4×4 que algunas madres conducen paraproteger a sus hijos (y fardar un poco también, no nos engañemos).
Caminar ya no se lleva. En mi antigua escuela, por ejemplo, la acera por la que circulábamos los niños y niñas que íbamos caminando ha desaparecido hace años. ¡No hay acera! Primero la hicieron intransitable dejando que se la comiera el seto que crecía junto a ella. Hoy ha sido reemplazda por una especie de lanzadera para desembarcar a los niños que llegan en coche con los padres o en el batallón de autocares que cada mañana invade la zona. Los cuatro gatos que van a a pie o en transporte público…. que se apañen.
El niño que camina solo al cole es una especie en vías de extinción. Y no sólo aquí. En el libro Cotton Wool Kids, What is making Irish parents Paranoid? (Niños de algodón, ¿qué está convirtiendo en paranoicos a los padres irlandeses?), escrito por la psicóloga Stella O’Malley, leo que lo mismo sucede en Irlanda y en el Reino Unido. En este primer país, explica la autora, ypese a que un 40% de los niños vive a medio kilómetro de la escuela y un 70% a algo menos de dos, el 60% de los niños de 9 años van al cole en coche (frente al 1% que va en bicicleta).
El libro también revela que hoy en día hay que ser valiente para mandar a los hijos solos a la calle. O’Malley cuenta el escándalo nacional que se formó cuando dos padres londinenses permitieron que sus hijos de 5 y 8 años fueran en bici al cole. El centro estaba a poco más de un kilómetro y Dulwich, el barrio donde residen, es bastante tranquilo (doy fe). Sin embargo, el matrimonio sufrió un montón de ataques verbales y virtuales por su osadía y el director de la escuela amenazó con denunciarlos a los servicios sociales por negligencia.
Algo similar le sucedió a la neoyorquina Lenore Skenazy en un caso ya célebre, cuando, en 2008, escribió un artículo explicando que había permitido que su hijo, de 9 años, cogiera el metro solo en Nueva York. Entre otros, fue apodada “la peor madre del mundo”. Convencida de que no había hecho nada malo, sino potenciar la autonomía de su hijo, montó la web Free Range Kids y se ha convertido en una activista por el derecho a que los niños se eduquen sin una constante supervisión.
En 2008, Eleanor Skenazy dejó que su hijo de 9 años volviera solo desde los grandes almacenes Bloomingale’s de Nueva York hasta su casa. El niño llevaba tiempo pidiéndoselo y, tras hablarlo con su esposo, consistieron. No lo dejaron así como así, por supuesto: le dieron un mapa, una tarjeta de metro, monedas para llamar en caso de emergencia y 20 dólares. “Mi hijo sabe leer un mapa, habla el idioma y somos neoyorquinos”, escribe Skenazy. Además. añade: “Si necesitaba pedirle indicaciones a alguien, cosa que necesitó, no creí que esa persona dijese: ‘Ostras, me iba a ir a casa con mi nueva y estupenda camisa de Bloomingdale’s pero creo que, en cambio, voy a secuestrar a este niño adorable'”. El niño, cuenta, llegó a casa 45 minutos después, “feliz de la vida por su independencia”.
Padres ante los tribunales por dejar ir a sus hijos solos por la calle
Una rápida búsqueda en Google demuestra que en Estados Unidos hay una auténtica paranoia con el que los niños vayan solos por la calle. Leo en esta noticia de la CNN que una familia de Maryland, “está siendo investigada” por permitir que su hijo de 10 años y su hija de 6 “caminaran solos volviendo del parque, un sábado por la tarde”. No es un caso aislado, comenta Kelly Wallace, la autora del artículo, sino el último de una lista cada vez más abundante de denuncias a padres por permitir que sus hijos vayan solos por la calle. La crónica habla de “una madre de Carolina del Sur arrestada por dejar a su hija de 9 años jugando en el parque” y de otra de Florida, “arrestada por dejar que su hijo de 7 años caminara solo al parque”.
El titular reza: “Familia de Maryland investigada por dejar que sus hijos vuelvan solos a casa”. ¿Sólo en América?
“Soy yo o a las cosas se han salido súbitamente de quicio si hoy los padres están siendo detenidos o investigados por hacer lo que, hace solo unas décadas, era totalmente normal y apropiado”, se pregunta (en mi opinión, muy acertadamente), la periodista.
Lo cierto es que, hace unas décadas, lo que se miraba mal eran esos padres que estaban todo el día detrás de sus hijos. En mi curso había una madre, pionera en un tipo de educación que hoy se ha convertido en algo corriente, que se pasaba el día supervisando a su hija (a la que llamaré E.). Mientras que la mayoría íbamos o volvíamos en autobús, en metro o andando, E. no pisó la calle hasta que cumplió, prácticamente, la mayoría de edad. Durante la mayor parte de su infancia fue transportada en el coche materno de casa a la escuela y de la escuela a casa o acompañando a su progenitora a “hacer recados”. Sin cinturón, por cierto.
Algo similar le sucedió a otra amiga mía, C., que sufrió durante años una constante supervisión materna que le impedía salir sola a ningún sitio. Hoy vive, con sus tres hijas y su marido, en uno de los países considerados como más peligrosos del mundo. Está feliz. Tengo que preguntarle, por eso, si deja que las niñas vayan solas al cole.
Y termino esta entrada con la noticia de un tercer menor (niña, en este caso) que ya va solo. Se trata de la hija de una amiga que llevaba tiempo planteándose si ya era hora de dejarla que fuera sola a la escuela. Hace unos días, madre e hija fueron a ver la película documental “Camino a la escuela”, donde el director francés Pascal Plisson sigue los pasos de cuatro niños de diferentes países que se enfrentan diariamente a todo tipo de adversidades y peligros para llegar al colegio (como montar a caballo durante horas, cruzar la sabana trufada de leones y jirafas y arrastrar una silla de ruedas durante un trayecto interminable).
Fue salir del cine y tomar, sin dudarlo, la decisión: la niña coge el metro cada mañana.
Dicho y hecho. Ha empezado esta semana. Sale de casa, camina unos dos minutos, coge el metro y, tras tres paradas, desciende, sube las escaleras mecánicas, cruza una calle y llega al cole. A muchos de sus compañeros les sorprende que la dejen ir sola. Tiene 12 años.
Agradecimientos:
A Eva Millet por compartir este artículo con los lectores de EPDH. Publicado en su web educa2.info
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