¿Por qué no gritar a tus hijos?
Es curioso: nos resulta más difícil contener el impulso de gritar a los niños porque nos sentimos con “derecho” a hacerlo.
No hay que confundir: ser padre te da derecho a poner normas y hacerlas respetar, pero no te autoriza a perder las formas, al igual que no las pierdes con tu jefe o con un desconocido en la cola del supermercado. ¿Por qué con tu hijo sí?
Nos cuidamos más con los extraños “porque no tenemos confianza”. Sin embargo, con el desconocido no tenemos nada que perder, y con nuestro hijo, mucho.
Precisamente por eso, deberíamos tratarles con el mayor cariño y suavidad posibles, en lugar de permitirnos dejar escapar ante ellos lo peor de nuestro genio.
Consecuencias de los gritos en los niños
Los gritos son especialmente negativos para los niños, que, a su corta edad, no son capaces de entender qué hay detrás de ellos y justificarlos (estrés, otros problemas, cansancio…).
A algunos pequeños les llena de impotencia y frustración que les griten, lo que les conduce a reprimir una rabia que posiblemente saldrá por algún otro lado (por ejemplo, pegando al hermano pequeño, ante quien siente más poder).
Otros sienten heridos sus sentimientos, causándoles vergüenza, reduciendo su autoestima y su confianza en ellos mismos.
En cualquier caso, las malas formas provocan una sensación de ambivalencia en la familia (existe afecto pero a la vez rechazo) que empeora cualquier situación problemática, incluso las que a priori parecen triviales.
Claves para evitar los gritos: esfuerzo, práctica y voluntad
Está claro que no quieres gritarles, y que lo último que deseas es hacerles daño. Pero a veces no sabes cómo evitarlo. Te aseguro que puedes conseguirlo con esfuerzo, práctica y voluntad.
Lo primero que puedes hacer es reconocer la necesidad de cambio, la importancia de conseguir que la situación sea diferente. Puedes comenzar reduciendo progresivamente los gritos, e ir trabajando poco a poco tu autocontrol.
Muy pronto notarás los beneficios en la armonía familiar.
Ejercicio recomendado:
Reflexiona sobre tu propia crianza. Rescata de tu memoria recuerdos de tu infancia. ¿Cómo te trataban tus padres? ¿Qué tono de voz usaban para dirigirse a ti? ¿Cómo te sentías?
A veces, sin darnos cuenta, sobre todo cuando estamos nerviosos y no nos paramos a pensar antes de actuar, reproducimos los patrones que hemos aprendido de nuestros padres, lo que puede tener su parte positiva y negativa.
Hacer conscientes las influencias que afectan a nuestro comportamiento es el primer paso para redirigirlo y elegir actuar de una forma o de otra.
Lo siguiente es pasar a la acción y para ello nada mejor que seguir estos Nueve consejos prácticos para no gritar nunca más a tus hijos.